EL DIARIO VASCO 3-2-2017
Si a alguien, desconocedor de lo nuestro,
quisiéramos relatarle que, por aquí, se mataba y asesinaba sin que ello no
estuviera mal visto por muchísima gente, y para ello empezáramos a relatar
casos sueltos y le dijéramos que mataron a un vendedor comercial, a un vendedor
de chuches, a uno de bicicletas… Si paráramos ahí, posiblemente nos preguntaran
que qué tenían los asesinos contra los vendedores. Y tendríamos que echar mano
de otros casos, muchos y variados. Si nuestro escucha no llegara a la
conclusión de que mataban a personas porque les caían mal, porque pensaban
diferente, porque pensaban lo contrario, porque se oponían a ellos, porque les
incomodaban sus testimonios; si no concluyera que lo único que querían era
someter a las personas, a las cosas y a la historia, a su caprichosa y
antojadiza voluntad, y que hacían, sin confundirse, lo que sabían y querían
hacer, matar y violentar, es que quien nos escucha o no tiene entendederas, o
se lo hemos explicado de forma que peor imposible. Es vital la forma de contar.
Me duele que a los veinte o treinta, o los años que
fueren, tengan que salir a la luz familiares de asesinados y crónicas de hechos
que pretenden dejar claro que la persona asesinada no hizo nada, nada que los
asesinos debieran considerar motivo suficiente para allanar su derecho a la vida
y cortar de forma sangrante su presente y su futuro. Si todavía no hemos
conseguido que las familias y allegados de los asesinados no sientan la
irritante y ofensiva necesidad de explicar que el suyo no hizo nada, quiere
decir que hay otra muchísima gente que piensa que motivos para matar personas
había y que matar era justo. Nos falta mucho.
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